Celebrando la despedida del 2020

 ¡Qué ganas de que se vaya 2020!

      A ver, con la mano en el corazón ¿de qué tenéis más ganas, de despedir al "bienaventurado 2020" (eso nos parecía hace un año) o de acoger al nuevo 2021? Para mí, aunque un año nuevo implica la despedida del anterior -sin entrar en cuestiones filosóficas ni cuánticas de realidades paralelas-, el matiz entre despedir y recibir es relevante. 

     Dadas las buenísimas intenciones con las que recibí al año 2020, rituales incluidos, y ante la mala sangre que se ha gastado el año en cuestión, esta nochevieja voy a celebrar su marcha. Será la despedida más alegre de toda mi vida, y eso que he tenido momentos amargos de los que despedirme (como casi todos ¿verdad?).

Tantas ilusiones y tantos esfuerzos ¡el 2020 no se los ha merecido!

     Esta noche más que celebrar el advenimiento de un nuevo año, celebro la despedida del que se va, el fatídico año para la humanidad, 2020, y que por el respeto al inmenso dolor provocado no detallaré las acciones ni sus consecuencias. Un año que también será recordado por superar las distopías de los grandes autores que todos tenéis en mente.

    El año que estamos a punto de despedir no ha merecido los buenos deseos formulados en la nochevieja del 2019 ni los correspondientes rituales: preparación de las copas con el cava, sidra o champán a punto para descorchar vestidos con nuestras mejores galas, colocación de las 12 uvas (o aceitunas, que yo lo he hecho alguna vez cuando todos creíamos que las uvas las habían comprado los demás) en platitos individuales y algunas peladas para los más quisquillosos, velas de varios colores donde se quemarán los papelitos con los deseos escritos, pisados con el pie derecho, atentos a las campanadas que marcarán el ritmo de tomarnos las uvas y la carraspera final para tragarlas todas... Eso, y las cosas de la bolsa de cotillón desparramadas por la vivienda, que a ver quien es el bonito que al día siguiente recoge todo (lo digo como una manera de hablar porque bien sabemos a quien le toca).

     Despediré el 2020 con alegría, con la misma satisfacción de cuando consigo quitarme una piedra en el zapato, o esa espina de cactus en el dedo. O más.

   ¿2021? lo recibiré más discretamente, empezando por no derrochar el espumillón que ensucia la casa y hay que recoger al día siguiente; vestida con ropa y calzado cómodos y calentitos que será enero español y mucho calor no hace, y menos con las ventanas abiertas por esto del coronavirus; ¿las uvas? je, je, este año nada de doce, serán la mitad, seis, partidas por la mitad, que son las uvas que estimo que puedo masticar sin atragantarme; las velas de esta nochevieja serán las que sobraron de la nochebuena, dos rojas y una dorada a medio gastar, y sin papelitos para quemar.  Y no me pongo el pijama porque yo soy más de camisetas largas que no abrigan y porque teniendo invitados (exconvivientes) no queda bonito


¿Mi deseo? Pues considerando los que pedí el año pasado y su ineficacia, estoy por no formular ninguno, al menos de esos de toda la vida y que al final casi ninguno cumplimos. Para el 2021 me conformo con que nuestros dirigentes pierdan el gusto a vigilarnos, controlarnos, que podamos ser nosotros mismos o lo más parecido posible a nuestro ser. 

Como deseo, claro que tengo uno que considero importante pero que ni me atrevo a decirlo por lo que pueda ocurrir. ¿Me animo a decirlo? Pues sí, allá va: 

¡Que todos perdamos el miedo a amar sin condiciones!
(Incluidos dirigentes y enemigos)

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